Paseo por Oliete./ G.
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Un paseo por Oliete: el arte de observar y caminar sin prisa

Hay lugares que no se visitan, se respiran, se viven. Oliete, en el corazón de la provincia de Teruel, es uno de ellos. Con la llegada del otoño, el aire se vuelve más fresco, el cielo se viste de gris suave y los tornasoles de las hojas del olivo brillan como nunca bañados por el sol dorado de la tarde.

Esta bonita época es un momento ideal para practicar un pasatiempo tan antiguo como esencial: caminar despacio, sin prisa y sin rumbo, observar y dejarse llevar por los sonidos de la tierra y el murmullo del viento entre las calles silenciosas.

Alcanzar la cumbre de cuestas añejas, doblar las esquinas como un rumor ligero. Dejarse llevar por la planta sinuosa de una villa antigua llena de historias dormidas. Pasear por Oliete con ojos nuevos, con la ilusión de quien se deja sorprender, es una experiencia que merece la pena vivir.

Durante el eterno paseo, quizá llegues hasta la orilla del Martín. Tal vez detengas tu mirada en las huertas, en los olivos, en el cantar de un río que nos llena de vida. O, mejor, que tus pies te lleve hasta la Plaza, el Arrabal o al Calvario; que cruces los arcos-capilla y te detengas a observar las imágenes que las flanquean. Restos de muralla, antiguos palacios aragoneses, verjas, ventanas y puertas, azulejos y macetas de distintos tamaños y formas brotan en cada rincón.

Perderse por las calles de Oliete es también encontrarse con la memoria de quienes las recorrieron antes: las historias de mujeres y hombres, niños y ancianos que habitaron nuestro pueblo tiempo atrás. Esa memoria invisible todavía late entre los muros, en las calles, y en las grietas que va dibujando el tiempo.

Al caer la tarde, el paisaje se viste de dorado. La luz del sol se apaga lentamente sobre los olivos y el aire se llena de ese silencio que solo se escucha en los lugares donde todavía hay espacio para la calma. Es entonces cuando uno entiende que la belleza a menudo se deja mecer por el ritmo pausado que tiene la vida cuando, simplemente y llanamente, se vive.

Dar un paseo por Oliete puede enseñarnos que perderse también es una forma de encontrarse. Que caminar sin rumbo puede ser el mejor destino. Y que, a veces, lo más valioso que uno puede hacer es detenerse a observar a contraluz la hoja de un olivo, escuchar el zumbido lejano del campo, respirar hondo y sentir que todo está en su sitio.

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